Trinkets arranca bastante cliché. Cuenta la historia de tres adolescentes, la popular, la nueva y la rara, que como en toda serie yankee que transcurre en una escuela se llevan bastante mal. De un día para el otro descubren que hay algo que no las hace tan diferentes: las tres son cleptómanas.
De no parecerse en absolutamente nada pasaron a tener varias cosas en común. El ser cleptómanas y avergonzarse de ello es casi un detalle, porque ahora hay dos personas más que saben su secreto. Y hay que saber guardarlo. Porque si una cae, todas caen.
La situación es insólita. A ninguna le interesa la vida de la otra. No quieren ser amigas, no quieren siquiera cruzar miradas en las reuniones de rehabilitación y mucho menos en la escuela. A vista de todos son tres realidades totalmente diferentes y hasta diría, incompatibles.
Pero no solo esconden un secreto re groso, sino que se tienen a ellas solas. En esos momentos de soledad, de dolor y de crisis, solo pueden acudir a alguien que entienda en carne propia todo lo que les pasa.
Desde que tenemos uso de razón, tanto las películas como nuestro alrededor mismo, nos llenan de estereotipos a los que naturalmente respondemos. Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas; las divinas por un lado, las populares por el otro ¿Los raros? Sobrevivan.
Y así crecemos y creemos que las amistades se basan en tener cosas en común: gustos, estatus social, dinero e incluso un aspecto parecido. Podemos pasar tiempo, mucho tiempo, con gente con la que por una u otra cosa nos identificamos, pero ¿Realmente son amigos?
Trinkets en un viaje a la reflexión sobre la amistad, las relaciones y los vínculos. A estas tres chicas tan diferentes no las unió el encontrar algo en común, más bien se vuelven amigas porque al cuidar del secreto de la otra, forjaron una confianza única. Y no hay diferencia que pueda contra eso.
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