Merlí es mi serie favorita. No me interesa que lleve a debates cinematográficos épicos, ni se destaque por tener a los actores más premiados. Tampoco me interesa si a vos te gustó o no. Para mí tiene algo más importante que todo eso: la virtud de ayudarnos a ser mejores personas.
Merlí es un viaje a la reflexión. Cuestiona los vínculos, la sexualidad, la cotidianeidad… Tantas cosas. Uno puede elegir qué tomar de ello y qué no, pero es claro que luego de verla, nadie vuelve a ser la misma persona de antes.
Merlí le dará sentido a nuestra adolescencia, funcionará como un manual de estilo a la hora de enfrentar la vida después de la secundaria y nos hará empatizar también con los adultos que nos rodearon y nos rodean, por más de que haya cosas que duelan.
A un adolescente le entregará herramientas para enfrentar esa etapa y lo preparará de una manera distinta para lo que se viene; a los padres, una oportunidad para remediar errores, y a los más grandes los acercará a debates impensados. A algunos les dará una última chance para pedir perdón, a otros les permitirá sentirse bien con lo que son. O al contrario…
En todo momento, Merlí tiene algo para dar. Porque es una serie subjetiva, y esa virtud permite que nunca muera, que se le pueda dar replay en cualquier momento de nuestra vida y a cualquier edad, porque siempre tendrá algo para enseñarnos. Merlí acerca la filosofía a nuestro día a día, la lleva a la mesa de casa para abrir debates nunca dados, y claro que a respuestas y soluciones mucho mejores de las que podemos imaginar.
Hace un tiempo terminé la secuela, Merlí: Sapere Aude. Cuenta qué fue de Pol entre la muerte de su mentor y el día en que se convierte en profesor. Y aunque no es tan sublime como su antecesora, la filosofía sigue cacheteándonos y por ende, la invitación al crecimiento como personas sigue en pie.
Aunque mantiene, en menor medida, muchas de las cualidades que nombré antes, el romper estereotipos se destaca y pisa firme en ambas temporadas. Merlí: Sapere Aude es un golpe de realidad para que dejemos de mirarnos a nosotros, empecemos a prestar más atención a los costados y a través de las interrogantes que plantea, arranquemos de nuestra mente reglas absurdas que nos impusieron.
Después de tanta reflexión, tanto cuestionamiento, tanto crecimiento, las cinco temporadas dejan tácitamente una incógnita: ¿Será que el mundo simplemente necesita un poco más de filosofía?
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